Homilía del domingo XXII del Tiempo ordinario -B- Génesis 2, 18-24 Salmo 127, 1-2. 3. 4-5. 6 Hebreos 2, 9-11 Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 2-16 “Ya no son dos, sino una sola carne ” (MC 10:8) Antes de hablar del Evangelio de este domingo debemos tener en cuenta lo siguiente:
Jesús, como todos sabemos, está camino de Jerusalén, en donde va a entregar su vida en la cruz para la salvación de todos. Jesús no entrega su vida para cumplir una ley impuesta. Ninguna ley puede exigir que tengamos que morir por los otros. Solo el amor puede hacer esta invitación. Por lo tanto, Jesús entrega su vida por amor. En el pasaje del Evangelio de este domingo algunos fariseos preguntan a Jesús si es lícito repudiar a su mujer. (Mc 10,2) En realidad, si lo pensamos bien, la petición en ella misma es un error. La petición que hacen los fariseos es una manera errónea de utilizar la ley con el fin de justificar su propio egoísmo y así no sentirse culpables. ¡Como si cumplir una ley fuera suficiente para recibir la plenitud! Jesús responde dando a cada cosa su sentido primordial y su verdadera dignidad, es decir, invitando a volver a la primera vocación recibida desde el comienzo (« Al principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer » Mc 10,6) según la cual, las cosas son restituidas en una lógica de don y acogida. Jesús, entonces, actúa dentro de esta lógica para que la ley encuentre su sentido, el sentido que Moisés ya había dado antes a los hombres, pero que, por motivos de la dureza del corazón, éstos no habían entendido. Recordemos el texto: « Es debido a la dureza de los corazones de los hombres, que Él formulo esa regla» Mc 10,5). Es, por lo tanto, una ley dirigida a las personas incapaces de amar, con el fin de poner un límite a los daños causados por la dureza del corazón. De esta manera, la ley del repudio estaba destinada a limitar el poder del hombre sobre la mujer, para que ese poder no se ejerciera de manera arbitraria y absoluta. Aquél que quería repudiar a su mujer tenía que hacerlo públicamente y asumir las consecuencias de este acto. Es evidente que la persona tenía que tener motivos reales para hacerlo y no por simple egoísmo. Todos nosotros aquí reunidos estamos de acuerdo con que esta manera de funcionar no es satisfactoria para una relación de amor verdadero entre un hombre y una mujer. Esta ley era simplemente un mínimo requerido. Como podemos notar, Jesús da un paso más cuando evoca lo fundamental del matrimonio según el designio de Dios. Para entender lo que es un amor de pareja no es suficiente pensar cuál es la ley que permite hacer esto o lo otro…Tenemos que volver a ver lo que está escrito en nuestro corazón, en nuestro ADN, desde siempre. Debemos volver a nuestra vocación original. Sí, volver a nuestra vocación. Es allí en donde está escrito que amar significa unirse a alguien y convertirse juntos en una sola carne («Ellos no son dos, sino que forman una sola carne »- Mc 10,7-8) Y cuando somos verdaderamente una sola carne, ¿entonces cómo podemos imaginar que podemos dividirnos? Cuando decidimos dejar nuestro pasado con el fin de convertirnos en alguien nuevo, cuando decidimos reinventarnos, como diríamos hoy, ¿cómo puede uno imaginar volver hacia atrás? De esta manera, no se trata de una ley, sino de la vocación profunda del hombre, pero cuando al hombre le hace falta esta vocación, en definitiva, es como si se faltase así mismo. Ese hombre, podemos afirmar, no está completo en el sentido puro del hombre. No se trata de pensar en aquello que hace posible repudiar a su mujer, sino más bien, se trata de pensar en aquello que puede convertir, cambiar nuestro corazón y transformarlo, para hacer que pueda amar y no sea un corazón duro, incapaz de amar. Es importante observar que, en los Evangelios de los últimos domingos, el tema central es el poder y la dominación. El corazón endurecido es el corazón de aquel que piensa poder ejercer un poder sobre la vida de los otros, sin, por lo tanto, comprometerse a amar a la otra persona. Pero éste no es el designio original de Dios para el hombre y la mujer. Jesús avanza y da un paso más en su propuesta, que no dice en público, sino en casa, a sus discípulos, cuando éstos le hacen preguntas sobre el mismo punto (Mt 10,10). La propuesta es, entonces, entender que no se trata solamente del varón, como si la mujer no contara en esta historia. Ella, igual que el varón, está en el mismo rango, situación que los fariseos no quieren aceptar. Es muy claro: la creación nueva, el camino de amor nuevo y exigente que Jesús propone, no puede llevarse a cabo sin la participación libre de cada uno, del hombre y de la mujer. No es posible convertirse en una sola carne sin esta nueva manera de ver la relación de esposos, una relación despojada de poder y de dominio, siempre buscando la igualdad total. Me atrevo a decir que muchos problemas en la pareja encuentran su origen aquí. Siguiendo la lógica de Jesús, el amor se encuentra en el lado opuesto al poder y a la dominación. El amor se realiza plenamente en el don de la vida, en la disposición al servicio del otro (servicio recíproco): Es de esta manera cómo el hombre encuentra su plenitud y el Reino de Dios se acerca cada día más a nosotros. La segunda parte del Evangelio debe ser leída con esta misma lógica. Puesto que no hay diferencia de dignidad entre el hombre y la mujer, tampoco lo hay entre pequeños y grandes, entre adultos y niños. Como podemos notar, nuevamente los discípulos se permiten ejercer un poder arbitrario, alejando a los niños de Jesús. Como lo ha hecho con los fariseos, Jesús pone en su rumbo correcto la situación, retoma el verdadero sentido de la relación entre las personas: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». No es quien ejerce un poder sobre los otros, sintiéndose superior a ellos, quien entra al reino de los cielos, sino quien está injustamente privado de derechos, sin prestigio, pero que acoge la vida como un Don puro. Los discípulos no aceptan ni entienden que Jesús no les asegure un cierto poder y grandeza en esta tierra. El camino de conversión de los discípulos es aún muy largo; el nuestro también. En lugar de movernos por los aires de grandeza, Jesús propone un gesto de ternura y humildad, gestos despojados de todo poder, una mirada de igualdad para todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, niños y adultos. Pertenece a los discípulos de Jesús y a nosotros descubrir cuál es el estilo de vida más profundo, verdadero y fructuoso. P. Amílcar Ferro, mxy Les commentaires sont fermés.
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Octobre 2021
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