Homilía del domingo XXII del Tiempo ordinario -B- Génesis 2, 18-24 Salmo 127, 1-2. 3. 4-5. 6 Hebreos 2, 9-11 Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 2-16 “Ya no son dos, sino una sola carne ” (MC 10:8) Antes de hablar del Evangelio de este domingo debemos tener en cuenta lo siguiente:
Jesús, como todos sabemos, está camino de Jerusalén, en donde va a entregar su vida en la cruz para la salvación de todos. Jesús no entrega su vida para cumplir una ley impuesta. Ninguna ley puede exigir que tengamos que morir por los otros. Solo el amor puede hacer esta invitación. Por lo tanto, Jesús entrega su vida por amor. En el pasaje del Evangelio de este domingo algunos fariseos preguntan a Jesús si es lícito repudiar a su mujer. (Mc 10,2) En realidad, si lo pensamos bien, la petición en ella misma es un error. La petición que hacen los fariseos es una manera errónea de utilizar la ley con el fin de justificar su propio egoísmo y así no sentirse culpables. ¡Como si cumplir una ley fuera suficiente para recibir la plenitud! Jesús responde dando a cada cosa su sentido primordial y su verdadera dignidad, es decir, invitando a volver a la primera vocación recibida desde el comienzo (« Al principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer » Mc 10,6) según la cual, las cosas son restituidas en una lógica de don y acogida. Jesús, entonces, actúa dentro de esta lógica para que la ley encuentre su sentido, el sentido que Moisés ya había dado antes a los hombres, pero que, por motivos de la dureza del corazón, éstos no habían entendido. Recordemos el texto: « Es debido a la dureza de los corazones de los hombres, que Él formulo esa regla» Mc 10,5). Es, por lo tanto, una ley dirigida a las personas incapaces de amar, con el fin de poner un límite a los daños causados por la dureza del corazón. De esta manera, la ley del repudio estaba destinada a limitar el poder del hombre sobre la mujer, para que ese poder no se ejerciera de manera arbitraria y absoluta. Aquél que quería repudiar a su mujer tenía que hacerlo públicamente y asumir las consecuencias de este acto. Es evidente que la persona tenía que tener motivos reales para hacerlo y no por simple egoísmo. Todos nosotros aquí reunidos estamos de acuerdo con que esta manera de funcionar no es satisfactoria para una relación de amor verdadero entre un hombre y una mujer. Esta ley era simplemente un mínimo requerido. Como podemos notar, Jesús da un paso más cuando evoca lo fundamental del matrimonio según el designio de Dios. Para entender lo que es un amor de pareja no es suficiente pensar cuál es la ley que permite hacer esto o lo otro…Tenemos que volver a ver lo que está escrito en nuestro corazón, en nuestro ADN, desde siempre. Debemos volver a nuestra vocación original. Sí, volver a nuestra vocación. Es allí en donde está escrito que amar significa unirse a alguien y convertirse juntos en una sola carne («Ellos no son dos, sino que forman una sola carne »- Mc 10,7-8) Y cuando somos verdaderamente una sola carne, ¿entonces cómo podemos imaginar que podemos dividirnos? Cuando decidimos dejar nuestro pasado con el fin de convertirnos en alguien nuevo, cuando decidimos reinventarnos, como diríamos hoy, ¿cómo puede uno imaginar volver hacia atrás? De esta manera, no se trata de una ley, sino de la vocación profunda del hombre, pero cuando al hombre le hace falta esta vocación, en definitiva, es como si se faltase así mismo. Ese hombre, podemos afirmar, no está completo en el sentido puro del hombre. No se trata de pensar en aquello que hace posible repudiar a su mujer, sino más bien, se trata de pensar en aquello que puede convertir, cambiar nuestro corazón y transformarlo, para hacer que pueda amar y no sea un corazón duro, incapaz de amar. Es importante observar que, en los Evangelios de los últimos domingos, el tema central es el poder y la dominación. El corazón endurecido es el corazón de aquel que piensa poder ejercer un poder sobre la vida de los otros, sin, por lo tanto, comprometerse a amar a la otra persona. Pero éste no es el designio original de Dios para el hombre y la mujer. Jesús avanza y da un paso más en su propuesta, que no dice en público, sino en casa, a sus discípulos, cuando éstos le hacen preguntas sobre el mismo punto (Mt 10,10). La propuesta es, entonces, entender que no se trata solamente del varón, como si la mujer no contara en esta historia. Ella, igual que el varón, está en el mismo rango, situación que los fariseos no quieren aceptar. Es muy claro: la creación nueva, el camino de amor nuevo y exigente que Jesús propone, no puede llevarse a cabo sin la participación libre de cada uno, del hombre y de la mujer. No es posible convertirse en una sola carne sin esta nueva manera de ver la relación de esposos, una relación despojada de poder y de dominio, siempre buscando la igualdad total. Me atrevo a decir que muchos problemas en la pareja encuentran su origen aquí. Siguiendo la lógica de Jesús, el amor se encuentra en el lado opuesto al poder y a la dominación. El amor se realiza plenamente en el don de la vida, en la disposición al servicio del otro (servicio recíproco): Es de esta manera cómo el hombre encuentra su plenitud y el Reino de Dios se acerca cada día más a nosotros. La segunda parte del Evangelio debe ser leída con esta misma lógica. Puesto que no hay diferencia de dignidad entre el hombre y la mujer, tampoco lo hay entre pequeños y grandes, entre adultos y niños. Como podemos notar, nuevamente los discípulos se permiten ejercer un poder arbitrario, alejando a los niños de Jesús. Como lo ha hecho con los fariseos, Jesús pone en su rumbo correcto la situación, retoma el verdadero sentido de la relación entre las personas: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». No es quien ejerce un poder sobre los otros, sintiéndose superior a ellos, quien entra al reino de los cielos, sino quien está injustamente privado de derechos, sin prestigio, pero que acoge la vida como un Don puro. Los discípulos no aceptan ni entienden que Jesús no les asegure un cierto poder y grandeza en esta tierra. El camino de conversión de los discípulos es aún muy largo; el nuestro también. En lugar de movernos por los aires de grandeza, Jesús propone un gesto de ternura y humildad, gestos despojados de todo poder, una mirada de igualdad para todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, niños y adultos. Pertenece a los discípulos de Jesús y a nosotros descubrir cuál es el estilo de vida más profundo, verdadero y fructuoso. P. Amílcar Ferro, mxy Homilía del domingo XXVI del Tiempo ordinario -B- Números 11, 25-29 Salmo. 18, 8. 10. 12-13. 14 Lectura de la carta del Apóstol Santiago 5, 1-6 San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48 La primera Lectura nos cuenta que unos ancianos recibieron el Espíritu y se pusieron a profetizar. Es un relato que nos puede parecer un poco extraño, pero debemos enmarcarlo en el contexto de las religiones ancestrales.
Lo esencial de este pasaje es entender que la presencia del Espíritu es un don de Dios, y que no se puede encerrar en una estructura, pero tampoco es propiedad privada. Algunos grupos en la Iglesia pueden creer que solo ellos tienen el Espíritu. Hay que estar atentos, pues esa creencia es una desviación de lo que Dios quiere. La carta de Santiago nos trae ese pasaje tan duro sobre las riquezas. El problema se encuentra en la acumulación injusta de riquezas, pisoteando, asesinando e impidiendo que otros tengan lo necesario. No es un problema del pasado o de los países tercermundistas. La acumulación de las riquezas injustas es muy actual, mundial. Me atrevo a decir que quienes dirigen las naciones ya no tienen el poder de decisión, pues han vendido ese poder, luego no pueden, en muchos casos, crear políticas justas y dignas. El cristiano tiene una misión importante en estos contextos o, como diría el Papa Francisco, “en esa periferia existencial”. “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Hablemos entonces de los que están a favor de Jesús. La verdad, prefiero ser positivo y decir todo lo que pueda mostrar que muchas personas siguen a Jesús; muchos en el silencio, otros en el servicio, de múltiples maneras… Este domingo es el día del migrante y del refugiado. Todos conocemos esta problemática y sus dificultades y sus politizaciones… Nuestra Unidad Pastoral de Etterbeek, de la que formamos parte, tiene en marcha el proyecto “Wemeet”, es se trata de un proyecto fraternal para acoger a los refugiados, el cual es apoyado por todos los que viven (o no) en Etterbeek, como es el caso de los padres dominicos. Este proyecto se inició hace casi 4 años. Solo se acogen familias con estatuto de refugiado. Hasta la fecha se han acogido en total 6 familias sirias, 2 familias guineanas y un joven afgano. Estas personas no se detienen ante las dificultades. Aprender una nueva lengua, escolarizar a los niños, hacer una formación profesional para conseguir empleo, buscar trabajo, equipar el apartamento, etc. Varios de ellos son autónomos. Tres niños han nacido ya en Bélgica. Más de 60 voluntarios colaboran en este proyecto. “Todos ellos están a favor nuestro”, dice Jesús. Otro ejemplo es GAM asbl, una asociación sin ánimo de lucro con 14 años de existencia, 28 proyectos sostenibles en 8 países y 6.992 beneficiarios directos. Todos los que apoyan a GAM “están a favor nuestro”, como dice Jesús. Nuestra fe nos empuja a hacer el bien. Para ello no hay que encerrarse en las fronteras familiares, hay que salir… En el mensaje del Papa para esta Jornada Mundial del Migrante y Refugiado dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Nacionalismos e individualismos rompen el “nosotros”.” En un momento en el que "los nacionalismos cerrados y agresivos y el individualismo radical desmoronan o dividen el “nosotros”, tanto en el mundo como en la Iglesia", el Papa Francisco sueña con un "futuro en color". "Hacia un nosotros cada vez más grande" es el tema de esa Jornada. Es decir, un futuro en el que la Iglesia sea "cada vez más inclusiva" con los migrantes y refugiados de otras confesiones para desarrollar el diálogo ecuménico e interreligioso, en el que el mundo se "enriquezca con la diversidad y las relaciones interculturales" y las fronteras se transformen en "lugares privilegiados de encuentro". En muchas ocasiones me he encontrado con “cristianos” racistas… Siempre me pregunto: ¿Qué catequesis han recibido estos Hermanos, en qué familia y en qué medio cultural han crecido? Termino con unos párrafos del último libro de Joseph DE KESEL, “Fe y Religión en una sociedad moderna”: “El cristianismo no puede recuperar su audiencia y sus colores en Europa con una cultura de la confrontación ni con un intento de revivir un pasado que ya no existe, ya que corre el riesgo de quedar aislado y de separarse del mundo. La salvación de la misión universal de la Iglesia depende más bien de su capacidad para facilitar una cultura del encuentro y del diálogo con todos los que quieren humanizar la sociedad moderna y rechazan la marginación de la religión de la esfera pública. No parece que a Dios le interese primero su pueblo o su Iglesia. Lo que tiene en mente desde el principio, y seguirá siendo su objetivo hasta el final, es su Creación, el mundo, la humanidad.” P. Amílcar Ferro, mxy Homilía del domingo XXV del Tiempo ordinario -B- Sabiduría 2, 12.17-20 Santiago 3, 16-4, 3 Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37 “QUIEN QUIERA SER EL PRIMERO, QUE SEA EL ÚLTIMO DE TODOS” (MC 9:35) En el camino a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos sobre el final que le espera. Insiste una vez más en que será entregado en manos de los hombres y estos lo matarán, pero Dios lo resucitará. Marcos señala que "no entendían lo que les quería decir, pero les daba miedo preguntarle".
No es difícil adivinar en estas palabras la pobreza de muchos cristianos de todos los tiempos. No entendemos a Jesús y nos da miedo ahondar en su mensaje. Las lecturas de este domingo nos proponen dos lógicas que se oponen la una a la otra: Una está animada por los deseos de justicia y de paz, por la apertura a los hermanos y a Dios; la otra busca el poder, la dominación, el placer, la satisfacción inmediata. Cada lectura nos empuja a preguntarnos qué es lo que guía nuestras decisiones diarias. El Libro de la Sabiduría nos habla de los judíos exiliados en Alejandría. Allí viven en otra cultura y los griegos se burlan de ellos porque se llaman a sí mismos “hijos de Dios”. En esta comunidad muchos han perdido la fe y abandonado las prácticas religiosas, pero muchos de sus compatriotas no soportan y reprochan la fidelidad de algunos. Las dificultades de estos creyentes son también las nuestras. Vivimos en un mundo indiferente y hostil a la fe. Pero tenemos la esperanza de que el mal, el odio y la injusticia no tienen la última palabra. Todas las pruebas por las que pasa la Iglesia hoy son un llamado a unirnos más al Señor. Podemos contar con El, con su Amor siempre presente en medio de nosotros. La carta de Santiago denuncia “los celos y las rivalidades que llevan al desorden y a todo tipo de malas acciones contra los hermanos”. El apóstol nos recomienda unirnos a “la sabiduría que viene de lo alto”. Esta sabiduría “es, en primer lugar, intachable y, además, es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera”. (Santiago 3, 16-4, 3) Santiago nos repite que la verdadera luz la encontramos en la sabiduría que viene de Dios. Las enseñanzas de Jesús a los apóstoles están también dirigidas hoy a nosotros, a quienes recorremos la senda de la vida. Jesús nos orienta cómo avanzar por ella y nos muestra la importancia del servicio a los demás. El más grande es aquel que sirve y se preocupa por sus hermanos. El que busca el poder, las adulaciones, las riquezas o sus propios intereses no es el más importante en la lógica de Jesús y de todos los cristianos. La verdadera grandeza es la acogida y el servicio a los más pequeños. Este servicio ha sido elevado al rango de servicio a Dios. A través de las tres lecturas de este domingo es Dios quien nos habla: El justo que sufre nos hace pensar en aquellos cristianos perseguidos y obligados a huir de su país. La carta de Santiago habla de aquellos que viven de las intrigas, porque quiere liberarnos de la búsqueda de nosotros mismos. El Evangelio nos recuerda que los grandes son aquellos que tienen el corazón abierto a Dios y a los hermanos. La liturgia de hoy nos invita a ser una Iglesia “al servicio” de los demás, en particular, de los más vulnerables. Recordemos lo que Jesús dijo un día: “Lo que hacéis a uno de estos más pequeños, es a mí a quien lo hacéis”. Para esta misión no estamos solos. En cada misa, el Señor nos alimenta con su palabra y con su cuerpo. Este encuentro con Él es verdaderamente el momento más importante de la semana y del día. Jesús quiere que lo sigamos por el camino del amor, del servicio, dejando de lado toda forma de egoísmo. P. Amílcar Ferro, mxy Homilía del domingo XXII del Tiempo ordinario -B- Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 1-8a. 14-15. 21-23 “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (MC 7:8) Los jefes religiosos reprenden a los discípulos de Jesús por no lavarse las manos para comer, es decir, por estar impuros.
En la actualidad, lavarse las manos es algo indispensable. La pandemia nos ha mostrado todos los desastres que pueden producirse por no realizar este gesto. Pero en el evangelio de hoy no es eso de lo que se trata. Para los escribas y fariseos, lavarse las manos antes de comer era un gesto religioso que había sido transmitido por la tradición y los ancestros. Jesús también les recuerda que lo que vuelve impuro al hombre es lo que sale del corazón del hombre. Para Jesús, la lucha contra la impureza es, ante todo, una lucha interior. Es en nuestro interior, en lo más profundo de nuestro corazón en donde debemos combatir los gestos impuros del egoísmo, del orgullo, de la violencia y de la mentira. El rito no vale nada si no es la expresión de algo que viene del corazón del hombre. El rito puede convertirse en algo contrario a lo que debe significar. El problema de los fariseos y saduceos era que el rito no correspondía a una verdadera expresión interior y Jesús lo hace notar, lo rechaza. Eso nos puede pasar a todos. Pero Jesús va aún más lejos en su respuesta: “Ustedes dejan de lado los mandamientos de Dios para apegarse a la tradición de los hombres.” Estas prácticas estaban bien inscritas en el libro del Levítico. Los jefes religiosos las recordaban y eran rigurosos en el momento de aplicarlas. Eran muy importantes para ellos. Pero Jesús les recrimina que no aplicaban con el mismo rigor lo que dice el libro del Deuteronomio, sobre todo lo que hemos escuchado en la primera lectura. «Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndose, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar…” En ese pasaje descubrimos a un Dios liberador. Su palabra es dirigida a un pueblo que había estado esclavizado en Egipto. Bajo la dirección de Moisés, Dios lo liberó de esa situación dramática. Recordemos que la Biblia nos cuenta el paso por el Mar Rojo y todo el recorrido del desierto hasta llegar a la tierra prometida. Hoy nosotros descubrimos que Dios quiere que el pueblo dé un paso más, que empiece una nueva etapa: entregándole los mandamientos, Dios le ofrece un pasaporte para la libertad. Es verdad, solo los pueblos libres tienen una ley. Los que no la tienen se someten a la arbitrariedad y a la violencia; eso lo vemos todos los días. El Deuteronomio nos dice que Dios no ha dejado de amarnos. Los mandamientos que Él da a su pueblo y nos ofrece se resumen en dos: Amar a Dios y amar a todos los hermanos. El primer mandamiento corresponde a Dios: ” Amarás al Señor tu Dios”. Ese mandamiento es una respuesta al Dios creador, quien da siempre el primer paso hacia nosotros. Dios es un apasionado lleno de Amor por el mundo. No es suficiente hacer gestos religiosos. La alianza entre Dios y los hombres es una historia de un profundo y desbordante Amor. El segundo mandamiento es el amor al prójimo. Se trata de evitar hacer daño a los hermanos. Dios nos ha revelado que Él ama a todos sus hijos sin excepción. Si le hacemos daño a un hermano, estamos pecando contra Dios. Vivimos en un mundo de mucha violencia, de indiferencia, de rechazo. Nuestra misión es contagiar al mundo de Amor y dar testimonio de un Dios que acoge a todos. La carta de Santiago nos recuerda que el día del Bautismo entramos en una vida nueva. En el centro de esta vida esta Cristo, Luz del mundo. Sus palabras son las de la vida eterna. Esta buena noticia que hemos recibido debe cambiar nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. En el corazón de Dios se encuentran los huérfanos, las viudas y los excluidos de la sociedad. Renovemos hoy nuestra unión con Cristo y con su Evangelio. Lo que Dios espera de nosotros es que cada uno pueda dar lo mejor de sí mismo. Lo más importante es que cada día estemos habitados por la presencia de Cristo en nuestra vida. Con Él podremos enfrentarnos a las trampas del legalismo y dar el primer puesto a su Palabra en nuestra vida. Dios quiere vernos practicar libremente los dos grandes mandamientos: Amar a Dios y a nuestros semejantes. San Agustín dice: “Ama y haz lo que quieras” Fiesta de la Asunción de la Virgen María Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56 «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava”.
La fiesta de la Asunción de la Virgen María es una fiesta muy particular para los cristianos. Es la fiesta de la vida, es celebrar que un día, como María, la madre de Jesús, estaremos cerca de Dios. María prefigura lo que todos nosotros seremos en el Reino de Dios. Queridos hermanos, si nos detenemos un poco en la lectura de los evangelios y de los escritos del nuevo testamento, vemos que ellos hablan de la Navidad, de la Pascua, de la Ascensión de Jesús y de Pentecostés, pero ningún escrito nos habla de la ascensión de la Virgen María, y es normal, pues esta fiesta no viene de la Biblia ni del estudio minucioso de los teólogos. La fiesta nace del deseo de los cristianos de celebrar y recordar a la Virgen, pues los cristianos no aceptaban que Cristo resucitado hubiera podido dejar el cuerpo de su madre en la tierra. La fiesta de la ascensión de María se celebra desde el siglo V. El Papa Pío XII promulgó el 1 de noviembre de 1950 el dogma de la Asunción de la Virgen María, ratificando esta bella tradición que decía: María subió al cielo en cuerpo y alma. La asunción de la Virgen María al cielo es una fiesta excepcional para todos los cristianos. San Juan, en el pasaje que hemos escuchado del libro del Apocalipsis, escribe de manera simbólica y codificada, pues la comunidad vivía un periodo de persecución, por eso nos cuesta algunas veces entender su mensaje. La mujer que interviene en la historia es, antes que nada, la comunidad judía que se guardó fiel a la promesa de la llegada del Mesías. Es ella, la comunidad, la que debe dar a luz al niño prometido, aquél que va a salvar a su pueblo. Las fuerzas del mal no tendrán ningún poder sobre Él. Jesús resucitado es el vencedor del mal y de la muerte. Los cristianos perseguidos en ese tiempo, como los de hoy, saben de esta manera, que la vida cristiana es un combate diario contra las fuerzas del mal y que, por tanto, no deben correr riesgos inútiles. Al mismo tiempo, deben saber que también tienen que ser fieles a su fe. María siempre estará a nuestro lado para enseñarnos a hacer nacer a Cristo en el corazón de todos aquellos a quienes somos enviados o con quienes compartimos nuestra fe. No importan nuestras caídas ni nuestros fracasos, nosotros siempre podemos pedirle que nos proteja y nos dé fuerzas para resistir al pecado. Si queremos, ella siempre estará a nuestro lado para levantarnos y conducirnos por el camino que nos lleva a su hijo. Como en Caná de Galilea, ella no se cansa de decirnos: “Hagan lo que él les dice”. San Pablo, en la carta a los Corintios, nos anuncia una buena noticia: “Jesús no ha resucitado para él solo, sino para todos nosotros.” A través de su muerte y resurrección nos ha abierto un camino hacia un mundo nuevo que él denomina el Reino de Dios. Todos nosotros estamos llamados a ser partícipes de esta victoria. Nuestro Dios, no es el “Dios de los muertos”, sino el “Dios de los vivos”. Él quiere que nosotros tengamos una vida en abundancia. La fiesta del 15 de agosto es la fiesta de la vida. Es por esta buena noticia que María le ofrece una acción de gracias a Dios. Con Él, los primeros son los últimos. Los pequeños, los humildes, los excluidos ocupan el primer lugar en su corazón. María se siente cerca de todos ellos y lo demuestra en su oración, pero también en el compromiso con la causa de los pobres y los necesitados. La liturgia nos propone para esta fiesta el Evangelio de la Visitación de María a su Prima Isabel, con el fin de que reconozcamos en María a la creyente: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Quizás esta es la frase que mejor resume la actitud de María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava.” María acepta simplemente poner su vida al servicio de la obra de Dios. Recorriendo la Biblia nos damos cuenta de que lo que nos pide el Señor es estar dispuestos a decir: “Aquí estoy”. Abraham, Moisés, Samuel, todos ellos llamados por Dios, respondieron sí; y, gracias a ellos, la obra del Señor pudo continuar sus etapas… Cristo, a su vez, hace este mismo itinerario de creyente y el nuevo testamento no se cansa de mostrarlo como ejemplo para la humanidad. Él nos enseña a decir sí a Dios Padre: “Que se haga tu voluntad”. Pase lo que pase, Jesús se entrega a la voluntad de Dios. Para terminar, destaquemos dos aspectos del Magníficat: María no inventó las palabras de su oración. Para expresar su sorpresa frente a Dios, retoma las frases pronunciadas por sus antepasados en la fe. Los invito a descubrir en esta actitud la profunda humildad de María, quien pronuncia las oraciones dichas por su pueblo. La segundad actitud de María es su fuerte sentido comunitario. Hoy diríamos, sentido de Iglesia. Y es que las oraciones del Magníficat no tienen ningún carácter individualista, pues conciernen siempre al pueblo entero. Esta es una de las grandes características de la oración judía y ahora de la oración cristiana: El creyente no olvida jamás que forma parte de un pueblo, y toda su vocación, lejos de apartarlo de éste, lo pone a su servicio. Homilía del domingo XVII del Tiempo ordinario -B- 25 de julio de 2021
Homilía del domingo XV del Tiempo ordinario -B- 11 de julio de 2021
Homilía del domingo XIII del Tiempo ordinario -B- 27 de junio de 2021
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AutOrAmilcar Ferro mxy. ArchivO
Octobre 2021
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